fbpx

Desde bien pequeña observaba a las personas que querían decir algo y decían otra cosa, o que decían lo mismo queriendo decir cosas distintas, e incluso que asumían que lo que ellos veían y entendían ante cierta emoción la otra persona lo vivía del mismo modo.

 

En “Atlas of the Heart” (atlas del corazón) Brenne Brown ofrece un mapa para el planeta de las emociones, remarca la importancia de la conexión con los demás, pero también nos habla de que hay que conectar con una misma, hasta aquí nada nuevo.

 

Lo que me llama la atención de su trabajo es algo que para mí ha sido una piedra angular de mi expresión y comunicación con el mundo.

 

Recuerdo desde bien niña preguntar:

– Oye y ¿tú qué color ves?”, apuntando al cielo.
– Azul
– ¿pero qué azul?

 

Cuando se me invita a que imagine algo o a alguien, yo no veo un mar o una flor, tampoco veo una cara angustiada o feliz, sino que yo lo siento a nivel físico, su textura, qué matiz de color es rojo fuego o rojo esmeralda, o es un rojo sangre, o como el ocaso que se destiñe, qué temperatura, olor, cómo recorre mi cuerpo esa emoción, dónde la siento, cuánto se queda. Qué forma y proporciones tiene..

 

Con todo esto lo que quiero hacerte llegar es que lo más similar que he podido encontrar para poder expresarme satisfactoriamente ha sido encontrando las palabras más precisas posibles para que evoquen la emoción/sensación que estoy intentando transmitir; por otro lado, para sentir al otro a menudo pregunto y me intereso en cosas que pueden parecer nimiedades, en cambio, resultan en la gotita que le da forma al resto:

– Oye, pero esto ¿qué significa para ti? ¿Qué te hace sentir? ¿Qué es lo que ves?

 

Al encontrarlas, al igual que Brene, me doy cuenta que puedo llegar a un entendimiento y comprensión del lenguaje emocional y la experiencia humana con más profundidad, y esto me alivia, porque me siento más conectada y comprendida.

 

Comprender es Amar. 

Comprender nos allana el camino del SER.

Comprender nos conecta. 

 

Decía Nisargadatta algo así como que todo lo que no puedo comprender es insensato, es una locura, porque no la he comprendido.

 

Comprender es entender el sentido de una conducta, a la luz de las concepciones sobre si mismo y sobre la realidad que tiene la persona que lleva a cabo, que realiza o tiene la conducta.

Entristecerse con el otro no es comprensión ni compasión, es dejarnos llevar por la identificación de la otra persona; tampoco lo es legitimar un comportamiento o actitud hiriente o violenta, comprender es salir de mí para ver las cosas como la otra persona dentro de lo que me sea posible.

 

Solo comprendo las acciones de un ser humano cuando las veo desde su marco de referencia

No puedo comprenderlas desde mi marco de referencia, desde mis creencias, mis valores, mi propio contexto, ni mi interpretación del mundo, y en ese mundo tenemos las palabras que usamos para comunicarnos.

Ni tampoco remitiendo esa conducta a la luz de etiquetas establecidas y fijadas. Es decir, he de percibir el mundo como esa persona lo percibe.

 

La belleza además se encuentra en que cuando entendemos al otro, entendemos otra parte de nosotros.

 

Comprenderse a sí mismo, y abogar porque los otros se comprendan no es una intromisión, es un deseo genuino del bien del otro.

La voluntad real de ayudar nace desde el querer comprender a la otra persona.

Nadie se siente invadido si percibe del otro la voluntad y apertura de comprender, a diferencia de aconsejar, sugerir “lo que yo haría”, pensar que sé mejor que el otro, o intentar ayudarlo para que le “sea más fácil” ya que es menospreciar la capacidad de la otra persona de superar por sí misma una situación dada.

 

Comprender es abandonar mi contexto, 

y entrar en el contexto del otro, 

ver su propia luz. 

 

Para comprender hemos de comprendernos como ya hemos dicho, seguir indagando en quiénes somos y quiénes no somos, hemos de llevar a cabo una práctica de aceptación y emancipación, de des-identificación.

 

Las palabras muchas veces se quedan cortas pero cuánto más capacidad sutil de expresión tenemos más podemos nombrar lo que está ocurriendo en nuestro universo interno.

 

Cuando lo nombras deja de ser invisible, de pronto lo puedes ver, y compartir tu sentir de la forma más pura posible.

 

Hay tiempo para las palabras y tiempo para el silencio. 

Elijamos sabiamente cuando es más apropiado el ayuno de palabras

 y cuando su expresión nos hace florecer.

En la próxima carta ahondaremos en las emociones humanas y la des-identificación de una manera quizás distinta a la que estás acostumbrada a leer, desde una visión más filosófica.

X