
Le decía a una amiga, te hablo como me hablo a mí. Sin tapujos ni condescendencias.
Las sensaciones desagradables, punzantes, dolorosas y angustiosas no se pueden quitar así como nos quitamos la ropa sucia, o una mancha de pintura.
Las sensaciones son pasajeras, efímeras y no sólo eso, intangibles, por lo que no se pueden quitar. Podemos hasta dudar de su existencia, pero como casi todos los seres humanos que conozco expresan sus sensaciones, sentimientos y emociones vamos a darlas por reales en este escrito, aunque sea para poder hablar de ellas sin que nos tomemos por locos.
Mi prescripción cuando la sensación “dolorosa” se sienta dentro de mí es ponerme el traje de coraje. El del valor. Valor como braveza y como amor propio, y seguridad en una misma. Y con toda esa incomodidad y desagradable descarga eléctrica que me llega hasta los huesos, me siento. Y hablamos. La invito a estar porque no la puedo invitar a irse. Se irá cuando yo no alimente nada. Y mientras alimente el rechazo a ésta o la intente empujar, no se va a ir a ningún lugar.
De hecho, nunca se va. Sino que se transforma. Al cambiar cómo percibes la realidad cambia cómo la experimentamos.
Lo que te queda es ser. Ser vulnerable, abrirte. Y cuando lo haces, la sensación podrá todavía quedarse pero te garantizo que no por mucho tiempo. Una vez aceptamos, la sensación se transforma, como hemos dicho, son pasajeras no pueden mostrarse iguales durante mucho tiempo.
Precisamente porque tú no eres esa sensación.
Hace ya meses que tengo un idilio con desamor. Imagina, un romance con ese personaje. Cuesta imaginar, pero es necesario para el duelo, además el duelo saludable.
No pretendo juzgar a nadie, empezando por mí misma. Pero es que a veces nos dejamos caer en ese tópico de “El Tiempo Lo Cura todo”.
Voy a serte muy franca. El tiempo no cura. El tiempo es una herramienta, como tú la uses es otra cosa.
Necesitamos tiempo, eso seguro. Al igual que cuando uno practica asana, sentarse en silencio, o un deporte, para «masterizarlo» (dominarlo) se requiere de muchos factores pero uno es el indomable tiempo.
Por ello, el tiempo no cura sino lo que tú hagas con ese tiempo. Pueden pasar los días, semanas, meses y creer que estás bien, pero tal vez lo que has hecho es enterrar. Has utilizado el tiempo como aliado de tu victimismo o de tus miedos. Has enterrado lo que duele porque trabajarlo y enfrentarse a esos miedos de dónde nace el dolor te hace sufrir, si cabe, aún más.
Tú sientes que ya estás bien que has pasado página porque desde fuera se percibe y te percibes en “el proceso” como muchas otras personas, basado en experiencias pasadas y en relatos de otros.
“El proceso del Serrucho” lo llamo yo ahora, desde que un día hace unos meses llamé a una de mis amigas más íntimas (llorando, con apenas voz, con la ansiedad a niveles inconmensurables y con el cuerpo tan tembloroso que apenas podía sostener el teléfono entre mis manos) y le dije:
N: Me voy a morir de pena.
A: No te vas a morir, aunque sé que ahora te gustaría morirte. Respira. Esto duele pero esto pasa. Tú has pasado cosas peores. No te duele el haber roto esta relación, te duele el apego a la relación.
N: Sí. Me duele la idea que había creado. Las expectativas que había grabado a fuego en mis entrañas y que ahora tengo que usar fuego para quitarlas. Me duele y me siento estúpida. Siento que nadie puede amarme.
A: Ya sabes que no eres estúpida. Nunca amar puede ser estúpido. Y está bien que veas tus miedos, porque eres de las personas más fáciles de amar pero tú sientes que no es así y eso tienes que sanarlo.
N: Y la forma de amar, ¿esa sí que puede ser estúpida?
A: Lo estúpido es echarle la culpa al otro, quedarse colgado del “y si…”, y tú no estás haciendo eso.
N: Eso intento, aunque es duro. Y duele mucho. ¿Dolerá alguna vez menos?
N: Imagina una sierra, un serrucho, hay de muchos tipos, con los dientes más separados entre ellos y con los dientes más pegados. Pues digamos que el duelo es algo así, conforme va pasando el tiempo el serrucho que tienes va cambiando, inicialmente es el de los dientes muy juntos, todo es muy intenso y lo es en casi todo momento. Las semanas pasan, y un día te despiertas y te das cuenta que no has pensado en él, y eso se convierte en semanas. El serrucho ha cambiado, ahora los dientes están más separados. De pronto, viene un episodio de tristeza, nostalgia y dolor que te deja tiesa porque tú pensabas que esto ya lo habías superado, pero no, lo que ha ocurrido es que los episodios de angustia van menguando. Te das dando cuenta de que el tiempo y la intensidad cambian entre estos episodios. Y progresivamente, el espacio entre ellos es cada vez más grande y la intensidad más baja. Yo no te prometo que los episodios acaben, para mí no han acabado, pero ahora sé como enfrentarme, prepararme y estar con ellos.
Tal vez te sientas identificada/o con esto. De algo que dolía tanto que no podías respirar, y que ya no duele tanto aunque siga latente el dolor o su residuo. Ya sea una ruptura amorosa, como estoy utilizando de ejemplo, o cualquier corte de relación con otro ser humano que quieres.
Se dice que “querer duele”. Tras meditar sobre esto, me planteaba si el amor duele o nuestro apego a la idea de amor es lo que duele. El amor no puede doler de la manera que lo entiendo, no puede doler. En cambio, cómo nos educan a “qué es el amor”, como si se pudiese definir y contener en una caja, las expectativas que creamos, las proyecciones que reflejamos de nosotros mismos en el/la otro/a, las esperanzas que ponemos, y la falta de amor propio, eso sí que duele. Eso te destruye. Es una autodestrucción disfrazada de Ego.
El Ego tiene, a mí humilde parecer, un rol. Pero es un rol, no es en absoluto YO, ni tú. No te define, no es.
Lo único que pretendo compartir en este texto es que el tiempo no lo cura todo. El tiempo no cura nada. El tiempo ayuda a enterrar o es un aliado del despertar y sanar.
Los sabores, olores y texturas del amor son indefinidos, no hay receta ni pócima.
Lo que sí hay es elección.
Y, a pesar del dolor, a pesar de la dificultad, a pesar de las advertencias de eso no será fácil y puede que ni funcione. A pesar del te estás equivocando, del eso no lo hace nadie será por algo.
A pesar de todo yo lo he hecho a mí manera. Una manera única, e incluso nueva para mí.
Seguramente es más fácil irse. Siempre es más fácil no ver el dolor del otro. Cortar por lo sano.
Yo no me fui. Me quedé sentada con el dolor. Pensé muchas veces que ya estaba. Que ya pasó. Y no pasó, sólo que mi sierra iba cambiando de tamaño, y lo sigue haciendo.
Me he sentido fuerte, expuesta y vulnerable, apoyada, amada. Me he sentido totalmente perdida, caída en un pozo sin salida pero en el que paradójicamente seguía habiendo oxígeno y luz, seguía respirando y mientras sigamos respirando hay Vida.
Hasta mi última exhalación seguiré sentándome con el dolor.
Y sé que de pena no me moriré porque no lo permitiré. Me quiero demasiado para morir de eso 🙂
Vive. Merece la pena.
Gracias por todos estos consejos, me encanta leer sus artículos, es la felicidad.
Gracias Nita. He vuelto a este post porque lo necesitaba ahora. Muchas muchas gracias por compartir tus experiencias.