Contando los días porque no deseo que se acaben, ya son 9 días menos los que me quedan aquí, pero tengo tantos otros maravillosos por vivir que estoy emocionada cada segundo que lo pienso.
Hace unos 4 días pasé mi primera noche en el orfanato, después de un largo día; comenzando en la escuela por la mañana con los más pequeños (Abajo adjunto una foto).
En primer plano aparecen Bipana y Prayima son dos niñas adorables que viven en el orfanato, como se puede observar no llevan uniforme como ya comentaba en uno de los post anteriores. Aparezco en el fondo con un pañuelo porque hay muchos niños con piojos, y pensé que tal cubriéndome la cabeza tendría menos posibilidades de ser invadida por estos bichitos tan molestos y poco deseables.
Tras la escuela, cuando ya andábamos todos en el orfanato me comunicaron que era día de colada. Así que allá me uní yo a la nueva aventura, porque ya digo de antemano que lo es. Vicky (la chica inglesa dulce e implicada), Maan, Aaraty, Chakra, JP (los niños medianos del orfanato de 13, 14, 15 y 16 años) y yo tomamos rumbo hacía la orilla del río (ese lugar nada limpio de Kathmandú) donde las personas sin medios lavan la ropa e incluso a sí mismos. Como antiguamente (en nuestra tierra), en el suelo de rodillas con jabón en mano, cubos llenos de agua que sacábamos del pozo (al lado del río), íbamos lavando prenda a prenda, con mosquitos por todo el cuerpo, con olor a suciedad que terminas normalizando y sin diferenciar del resto, empapándonos hasta las orejas. La tarde comenzaba a caer, la luz iba desapareciendo, nada de luz eléctrica por las calles (si ya en casa/orfanato se corta mínimo una vez al día, para la calle en muchas zonas ni llega la luz exterior) y de pronto empezamos a ver lucecitas brillar…estábamos rodeados de luciérnagas. Espectacular, rodeados de tanta miseria y tanta preciosidad e inocencia al mismo tiempo. La Luna y las luciérnagas vinieron a salvarnos de la oscuridad.
El camino de vuelta fue algo caótico, no se veía nada, no habíamos cogido linternas pensando que no caería la noche, estaba todo lleno de barro y mierda literalmente mezclado, yo iba con las crocs (muy cómodas por cierto) y metí todo el pie en medio de un hoyo…pensando en que en cuanto lo sacase tendría hasta sanguijuelas!
Esa noche para cenar tocaba arroz (qué sorpresa..) con acelgas (mmm con lo que me gusta a mí la verdura hervida) aún así algo comí.
A la mañana siguiente con toda la ilusión puesta en mi primera escapada fuera de Kathmandú con deseos de estar entre la naturaleza, fuimos primero a jugar con los niños al lado del río durante unas horas. Dejándolos algo cansados y disgustados por nuestra partida, Vicky y yo nos encaminamos hacia Bakthapur para de allí continuar hacia Nagarkot, al este de Kathmandú, desde donde se puede divisar prácticamente todas las montañas del Himalaya incluído el everest, exceptuando Annapurna y lo que queda más al oeste.
Por primera vez monté en tuk-tuk, un vehículo de tres ruedas que por lógica debería permitir a diez personas, pero esto es Nepal, así que éramos como veinte, y enganchados estilo «barrendero» de pie-abierto en la parte de atrás otras tres personas. Bastante lento pero cómodo si son distancias medias dentro de la ciudad y llevas peso, como era nuestro caso. Nos dejó en la estación de autobuses (algo parecido) de Patán, desde donde cojimos el primer bus dirección Bakthapur, un autobús local bastante agradable dentro de lo que cabe, el recorrido de unos 30 min no me sorprendió en absoluto rodeados de la misma basura y fealdad con la que se caracteriza gran parte de Kathmandú; en cambio, el siguiente recorrido fue maravilloso, desde Bakthapur nos encaminamos hacia las montañas de Nagarkot, montadas ambas en el techo del autobús (por elección propia, pero además nada arrepentidas) podíamos disfrutar del paisaje de forma extraordinaria, el bus iba como imaginaís completísimo, si tenía capacidad para 30 éramos unas 70 personas. En el techo íbamos como 25. Reconozco que peligroso, pero si el autobús caía daba igual donde estuvieses de ahí no salías vivo de cualquiera de las formas.
Cuando llegué a Nagarkot casi lloro, era lo que necesitaba, paz, naturaleza, armonía, silencio, quietud, huía del exageradamente ruidoso Kathmandú! Incluso los perros tan molestos en la capital, en esta zona eran amables, bonitos y acordes al día y a la noche.
Visitamos varios hoteles, hasta que dimos con uno que nos pareció sencillamente perfecto: Eco-House-Hotel (un hotel con unas vistas impresionantes, unas habitaciones geniales y un baño súper decente, ahh! y una decoración más que encantadora, además que todos los productos que utilizan son ecológicos y la cocina abierta para que puedas ver todo el proceso, la comida excelente, por cierto 10€ la noche por habitación…increíble verdad?)
Dejamos todo en el hotel, nos dimos una ducha, vimos el precioso atardecer y nos encaminamos hacia una cabaña que nos habían invitado a visitar durante nuestra búsqueda de alojamiento. Cuando entramos ya sonaba la guitarra española tocada por manos nepalesas, con melodías británicas y americanas, mezcladas en varios momentos con canciones Nepalís e Indias. Conocimos a una India llamada Ramona!!! =) Nos tomamos con ellos unas cervezas (Everest, riquísima, suave y recomendable) y marchamos a degustar una exquisita cena en el hotel junto al fuego.
Antes de dormir, nos recomendaron contemplar las estrellas, y qué momento, qué pasada! No se fotografiarlo así que lo guardo en mi memoria.
Se suponía que nos debían despertar a las 5 de la madrugada, pero al estar nuboso y con niebla nos avisaron para decirnos que siguiésemos soñando ya que no se podía apreciar el paisaje.
Afortunadamente, con la excusa de que había huelga, nos quedamos un día más en este precioso lugar, el cual aunque recomendado exclusivamente por los amaneceres y atardeceres, de lo cual difiero ya que es un lugar espectacular para relajarse, hacer trekking y descansar.
De hecho ese día hicimos tres horas de montaña por la mañana, con una mujer Alemana que estaba de voluntaria en un pueblo de ayudante en un centro para niños con incapacidad, donde pudimos ver cabras por todos lados y búfalos cara a cara, comimos unos ricos sandwiches y otras tres horas por la tarde por un precioso bosque-selva con unos paisajes dignos de ver.
En uno de nuestros paseos Vicky se puso a cantar La cucaracha en español, y fue muy gracioso porque me preguntó cómo era en castellano y más o menos la traducción, se lo aprendió y se pasó la mitad del camino: «La cucaracha, la cucaracha can not walk any more, la cucaracha, la cucaracha because doesn’t have any legs!»
Por la tarde, ya en el hotel, estuvimos de tertulia con las personas de allí junto con dos otros huéspedes (éramos cuatro en todo el hotel), y comentamos lo curioso del asunto de los matrimonios, que hoy en día todavía se siguen concertando, es normal y natural para su cultura. No sólo en los pueblos como éste sino en la misma capital, de hecho conozco personas que me han contado que el suyo es un matrimonio concertado.
El clima fue favorable y a las 5 andaban despertándonos de nuevo, pero ésta vez para disfrutar del bello e indescriptible paisaje. Ahí dejo las fotos, no hay palabras, sólo multitud de emociones que se congregan en una sólo, excitante podría ser la palabra.
Ya escucho los ladridos de los perros, de nuevo en Kathmandú…volveré pronto a la montaña, de donde me siento que provengo.
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