Mi historia, no es culpa mía.

Esto no va de dar pena, trata del coraje.

C: Hermana mayor

D: hermana menor

“Hay capítulos en la historia de las personas que nunca se podrán borrar de la mente. En este caso hay tantos deseos de escapar que es un castigo tener memoria para recordarlos; lo peor de todo es que C recordaba nítidamente todos los episodios horribles de su vida.

Uno de ellos, ocurrió cuando ella tendría unos 15 años, era de noche, sobre las doce de la noche, en casa estaban todos a punto de dormir.

C estaba acostada con su pequeña hermana, nacidas con casi diez años de diferencia, en su gran cama de matrimonio. A D no le gustaba dormir sola en ese caserón tan grande y silencioso, se sentía más protegida con su adorada hermana, que a pesar de todo, siempre, siempre la protegía. Tras varios años, C había aprendido a amar a la única persona que la podría comprender en todos los sentidos.

La mayor de las hermanas intentaba conciliar el sueño cuando oyó que se iba alzando la voz en la última habitación de su casa, donde sus padres dormían. Las voces iban en aumento, algo cayó al suelo y provocó un ruido ensordecedor, luego cómo C adivinaría más tarde, Él se levantó.

C se sobresaltó en su confortable cama, y se asomó al pasillo a la vez que veía como su padre cerraba ante sus narices la puerta de su habitación con pestillo.

C se asustó, empezaba de nuevo…¡no! ¡no! Se decía. “No puede estar pasando esto, tienes que ser fuerte”.

Oía un golpe tras otro, cada vez más fuerte, cada vez más cerca, de pronto la puerta se abrió y ella, su madre, apareció casi arrastrándose por el pasillo en dirección a la habitación de sus pequeñas niñas.

Su madre se escondió detrás de C, como si ella pudiese protegerla de todos los males.

Él, su padre, apareció, comenzó a decir palabras desagradables que se clavaban como puñales “putas, zorras, no servís para nada, no sois nada, inútiles…es todo tu culpa, no te mereces nada”.

Él se enzarzó con su hija mayor, pero ella gritó con la poca fuerza que le quedaba, que las dejase en paz, que se fuera, que no querían pelear, “por favor”, decía, “por favor”, una y otra vez, “NO MÁS”!!….mientras lloraban y rogaban.

Cuando él decidió desaparecer de su vista, volvió a su cuarto y durmió cómo si nada hubiese ocurrido.

C volvió a la realidad, veía a su madre sangrar, llorar, olvidando su propio dolor “¿ya no soy capaz de sentir dolor?”.

Podía ver en la expresión de su madre que pedía compasión, ayuda y fuerza al cielo para que le ayudase a no decaer.

C la arrastró como pudo hasta la cocina, donde empezó a calibrar la gravedad de las heridas (muchas de ellas incurables, porque se quedan grabadas en la razón y donde más duelen, en el corazón).

Ya sentadas en la cocina, sin mediar palabra, C le curaba las heridas con delicadeza extrema, ¿cómo sino lo haría una hija hacia su madre?, y de repente apareció una pequeña e inocente criatura, era la pequeña y mimada de la casa. Con sus ojos tiernos, miraba sin entender absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo en esa casa.

C la cogió entre sus brazos, y por primera vez sintió ese amor fraternal, que sólo es posible sentir con ciertas personas a lo largo de tu vida.

La acurrucó contra ella, y seguidamente la llevó de vuelta a la cama para desearle unos felices sueños.

Y esperando a que esos sueños felices se realizaran, se quedó pensando en esas teorías que había leído y escuchado sobre los médicos, psicólogos, pedagogos que dicen que las lesiones (físicas o psicológicas) que ocurren durante la infancia, aunque aparentemente no se muestren porque los niños no son conscientes de la gravedad del asunto, quedan marcadas para toda la vida, es algo así como que todo lo que suceda en la infancia de una persona le quedará grabado para siempre y marcará sus pasos, su carácter, decisiones y en definitiva: su vida.

Tras dejar a su pequeña hermana en la cama, C se dirigió de nuevo a la cocina.

A, su madre, estaba allí con la mirada tan vacía, estaba como en trance, no era capaz de sentir, de pensar, de darse cuenta de lo horrible que es la vida a veces.

En este momento es cuando aparecen las dudas, ¿qué se debe hacer?, ¿qué quiero hacer?…

Después de una larga y tendida charla, A concluyó en que no era capaz de acudir a la policía, era su marido, ella le perdonaría, aunque supiese que no fuese lo más correcto, pero sí que tomaría medidas (como acostumbraba a decir).

Esa noche C intentó conciliar el sueño una y otra vez, pero era imposible, las pesadillas de su vida la perturbaban. Abrió sus grandes ojos y miro al techo de su habitación, añoraba el otro cuarto, el de su casa antigua; en la cual sólo había vivido 4 años pero que ya había encontrado su rincón particular para huir del mundo, y entrar a su propio universo, su burbuja.

Después de la odisea vivida aquella noche sin poder evitarlo se agolparon en su cabecita aún más recuerdos que gritaban desesperados, recuerdos que ella querría poder destruir y desear que nunca hubiesen ocurrido”.

(Extracto de uno de mis libros sin publicar)

¿Cómo es vivir sin Violencia?
Es extraño.
¿Lo echas de menos?
No lo creo.
¿Te sientes culpable?
Muchas veces.
¿Provocabas que tus padres te maltrataran?
A veces sí.
¿Cómo defines provocar?
Contestar sin ser preguntado.
Contestar de manera desafiante.
Decir No, porque no quieres o no entiendes que quieren de ti.

La vida no es como una película. Las películas definitivamente están basadas en hechos reales, pero la realidad puede superar fácilmente a la ficción.

Mi historia está llena de terror, violencia, mentiras, sumisión, y oscuridad. Sin embargo, también puedo decir que la luz inunda los rincones, la bondad florece donde las malas hierbas se alimentan, revolución y rebelión han cobrado nuevos significados, y la verdad, que no la justicia, gobernará finalmente.

No voy a caer

Nunca dejaré que me venzan

No elegí ni decidí esta guerra

No me preparé como soldado, sin embargo soy el comandante de mis tropas

No sé hacia donde me dirijo pero el miedo no me acompaña, en cambio el coraje es mi hermano.

 

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