Así pues, quien ha profundizado tanto en la contemplación del mundo y se ha perdido, de tal forma que se percibe ya sólo como puro sujeto de conocimiento, descubrirá a través de esta experiencia que él, como tal sujeto, representa la condición, es decir, el soporte del mundo y de toda la existencia objetiva, la cual se le aparecerá ahora como dependiente de su propia existencia: él se implica a sí mismo con la naturaleza, de tal forma que la percibe como un accidente de su propio ser. ¿Cómo podría tal sujeto tenerse a sí mismo, en contraposición a la naturaleza inmortal, por un ser absolutamente perecedero?
Más bien dirá como en el Vede: Hac omnes creature in totum ego sum et praeter me ens aliud non estquid ego timerem? (Todas esas criaturas en su conjunto soy yo y, fuera de mí, no existe ningún otro ser. ¿Qué podría temer?
El arte de envejecer – Shopenhauer