Hace unos años relataba y escribía con frecuencia sobre mis viajes, mis demonios, mi práctica.

Llegó un momento que no había nada que escribir, y no había nada en ese movimiento que anhelase, por el contrario, lo único que quería era vivir sin prisa y sin apenas movimiento.

El entusiasmo por ir de un lado a otro se desvaneció, perdí el interés y entusiasmo en ir de continente en continente pe. Dejé de añorar mi vida en Israel, los Emiratos, o mis meses en Bali, en la Indida, en EEUU, o muchos otros países en los que viví.

Apreciaba estar en un barco sin mucho oleaje, nunca más volví a sentir el “quisiera estar en ese otro lugar en vez de aquí” (eso que llaman en inglés FOMO -fear of missing out-).

Sin embargo, la polaridad con la que me he caracterizado me llevó a sentir el otro espectro, sentir casi angustia con sólo pensar en tener que moverme del lugar donde estaba. Esto se acrecentó tanto que ir a cualquier ciudad con algo de ruido se convirtió en una pesadilla.

Recuerdo una anécdota, no hace tanto de esto, me dirigí a Madrid para hacer una grabación con la Escuela internacional de Yoga sobre lesiones, y justo cuando eso tenía que darse coincidía con la celebración de la muerte de mi mejor amigo; programé un viaje para un par de días que luego continuaría hasta mi ciudad natal. En cuanto llegué a Madrid ya quería irme, tuve que luchar con mis demonios y reactividad para conseguir presentarme en la entrevista y no cancelar mi compromiso. En lugar de continuar con el viaje programado que me llevaría a la celebración del entierro de esa persona que había sido una piedra angular en mi vida durante 33 años, no pude hacerlo, o más bien elegí no hacerlo.

Cambié mis billetes y me cogí el primer tren en dirección a Asturias, ahora mi hogar.

Todo fue realmente desagradable, llegar a Madrid, mi comportamiento, mi queja, no saber encontrar mi centro, la discusión voraz con mi hermana que me tuvo que dejar en medio de una carretera por mi “insportabilidad” y cogerme un taxi a la estación de tren, la culpa por no ir al funeral.

En ese momento me pregunto ¿qué sentí, qué me ocurrió?, ¿falta de gestión o falta de escucha?

¿No es acaso difícil determinar dónde está la línea?, ¿cómo se que lo que estoy eligiendo es lo correcto y que no me estoy estancando en la mediocridad de la comodidad? ¿cuándo se que mi elección es la correcta y no nace del miedo y de querer evitar la incomodidad, sino que sencillamente me escucho y conecto con mi saber y guía profundo?

Hemos de CONOCERNOS y SENTIRNOS para poder diferenciar. Si diferenciamos podremos elegir con determinación y calma. Para ello es un requisito imprescindible mirarse a una con Honestidad. Es decir, estar dispuesta a conocer la VERDAD ante todo incondicionalmente.

Un síntoma que me ayuda a saber si estoy en la elección correcta, es el de aún cuando duele, cuando es incómodo, cuando avanzo con el miedo persiguiendo mis talones, tras ello de alguna forma hallo un espacio de calma. Un refugio seguro e imperturbable que subyace cualquier marejada.

Por el contrario, si hay una rumiación constante algo de todo ello no está encajando.
¿Cómo sé que estoy rumiando? Porque los pensamientos son repetitivos, la sensación que te invade baila entre la culpa y el rechazo a tu propia acción. En vez de paz, hay malestar.
Lo que ocurre, y aquí te dejo lo más importante de esta carta, es que si has convertido la propia rumiación en un hábito, hallar la paz y respuesta acertada es algo (o bastante) más complicado.

Bajar el volumen mental, darnos cuenta de qué habita en nosotros, y mirarlo sin darnos vergüenza, sin apartar la mirada, con plena honestidad, es algo de lo que no podemos evadirnos en el camino del autoconocimiento, y así es como podrás averiguar de donde nacen tus elecciones.

Lo que elegimos en cada momento va determinando el camino que se va construyendo, si está lleno de muros construidos, o es un camino verde con flores.

Te escribo estas palabras desde mi nuevo destino, Sri Lanka. Con lo que podrás adivinar que aquí hay incomodidad, y que decidí no habitar en las polaridades que se convirtieron en un hábito.

Por si te has quedado con la duda de si me sentí culpable o cargo con la culpa de no acudir al entierro de mi mejor amigo, no tengo nada de culpa. Sólo agradecimiento. Le di todo mi amor en vida y guardo nuestros recuerdos, no le debo nada a nadie, ni siquiera a él.

Por respeto hacia mí, decidí no ir y eso a él le hubiera gustado. Que me respetase y que le respetase, que le amase desde mi lugar y centro. Tomé la elección arriesgada, la que está fuera de la norma, quizás de la aprobación social, tomé la elección que me hacía feliz.

En la próxima carta me adentraré más en alguno de estos temas, y tal vez me anime a contarte alguna de mis aventuras y aprendizajes.

Termino con este extracto que compartí en la primera semana del Reto de Meditación que estamos haciendo en directo cada día en la escuela: 

“El miedo no nos controla solo dominando nuestras emociones.
Nos controla convenciéndonos silenciosamente de que nuestra comodidad es más importante que la felicidad.
El único riesgo real es no correr riesgos.
El único fracaso real es no tener fracasos.
El único dolor real es evitar el dolor.”

Con amor.
Nita Miralles
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